Hoy sabe que nadie va a salvarle.
Se dejará crecer el cabello
y tal vez cuando el agua fresca de una mñana de agosto
extienda el rizo hasta la espalda,
quizás lo olvide y recupere
la fe.
Pero hoy lo sabe y se consuela caminando solo,
intenta abrirse como un cuaderno
a las plumas tibias de febrero,
y no lo sabe,
pero lo teme.
Al menos parece estar en pie y nadie ha preguntado
-ya no abusa de la mentira.
Al menos hace sol y disimula con cansancio la tristeza,
insomnio con unas gafas grandes.
Devuelve al sol la mordedura, el aguijón
apresurado de la hora punta.
Peor es lo de temérselo.
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