domingo, 8 de marzo de 2009

Edades

Amanece.

Sobre cualquier lugar del mundo el tiempo
se asoma a las cornisas.
También se asoma al ojo azul del niño de un suburvio
que apoya
sus codos blancos como nata en el alfeizar,
la frente sostenida en el cristal.

Detrás de otra ventana
hay otra historia. La ceniza
va iluminando
con luz de polvo los caminos lentos de dos cuerpos.
Si alguna vez rezaron,
un dios,
les dió alas truncadas.

Va atardeciendo.
Retroceder convierte en héroe la circustancia.
Un hombre solo
descansa en el sillón y mira lo aprendido: los caminos
no mueven al agua.
El pulso tiembla, el corazón
es una bala a punto de pararse.

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