lunes, 10 de noviembre de 2008

No de jes nunca de salvarme

Permíteme no doblegarme a las palabras
prefabricadas,
no conformarme en la felicidad
y desacreditar cualquier canción de amor.
Mi sombra es la de un buitre
dispuesto a devorarme,
las calles son cobardes, se pueblan de silencio
y esquivan mis pecados y tu muerte.

Aún tu rostro reflejado en la ventanilla
del taxi, todavía
los trenes frenan en mi espalda,
no hay más palabra que la abeja blanca de tus muslos
y esta tristeza innata disfrazada de voracidad.
A veces,
existo porque tus gemelos
descansan sobre mi cintura
y tus delgados
tobillos dibujados con albor de porcelana
alcanzan a mis manos.
No dejes nunca de salvarme...

Valiente y exquisita,
la humillación les pertenece a aquellos
que no aprendieron nunca a amar.

Tendremos que buscarnos otro hotel,
otra mejilla para los rigores del invierno,
besar el mismo sitio
y con las mismas ganas.

Ya solo tú pareces tú -con qué fiereza me encariño,
no sabes qué pasión desesperada,
qué falta de paciencia y qué rigor en cada gesto-
Aborto las palabras prematuras,
no discutamos todavía el infinito,
o que tu cuello incline de nuevo un nuevo amanecer,
la carta
de amor en las maletas.

No encontrareis polilas en mi armario,
tan solo el polvo aquel que fuimos,
el aire
que nos envenó con su mentira cálida de días por venir,
mejores siempre.

Y recordarte en esta hora
supone estar muy lejos.

Supón que un día pueda
con tu erotismo de diseño
y pueda
decir
me bebes como los cipreses que me agurdan en tu labio.
Ya sabes
con qué sinceridad te pido
que me hagas el amor por la mañana,
cuando los automóviles derritan
su escarcha y pueda
sentirme eterno como mi muerte.

Una ciudad es una
fotografía inútil,
un paragüero sucio de paraguas cotidianos,
una costumbre, un enemigo.

No dejes nunca de salvarme...

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