Chorrean los tejados, como si los pináculos
del campanario
andaran exprimiendo el cielo.
-Hay un amor de nóminas
juntadas, de hipoteca y frío
en la cocina, en el televisor, consuelo
a veces en las sábanas.
Saben no ser felices, sin embargo, este
extraño mundo
lo hicieron para ellos-
El cielo está agotado,
se desmaquilla torpemente, mancha las aceras.
Está ciudad se duerme pero sabe
estar siempre sonámbula
de intermitentes y desgraciados.
Por fin respiran los cristales.
Dividen
el bien y el mal,
empañan rostros torturados.
-¿Por qué, estimado caballero, escupe
y le molesta tanto la poesía?
Solo queremos decir.
Y grito a ver si alcanzo
un poco de silencio.
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