domingo, 28 de febrero de 2010

ne sunt

Dejemos que llueva París, tan hondo
que en los ventanales crujan los huesos
de los ángeles más bellos de nos.

Que la historia siga el surco profundo
de los ojos angustiados del hambre
y que el hombre siga el surco erróneo
del dios equivocado de su historia.

No seremos jóvenes para siempre,
condenados, aunque traiga su luz
la palabra, el cuerpo, lo bello y ciego,
se acabará el licor, la noche en paz.

Lo que parece al menos perdurable,
sutil, divino, intrínseco, las almas,
todo, será superficial y efímero.

1 comentario:

tercera_espectativa dijo...
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