miércoles, 11 de abril de 2012

Abandonábamos la luz estrecha
de aquel desván para bajar al cuarto
con cenefa de tulipanes rosas,
peluches en la cama tan iguales
a la sombra de sus ojos ya muertos.
Recién dormidas las muñecas rubias
en un cajón secreto y vergonzante.
Quería hablar de amor, juraba que podía
vivir en estaciones de autobús,
donde la gente fuera más amable
y alguien se enamorase de sus ojos.

Era otra luz, sin duda, de nacido
hasta las rodillas en los noventa.
Era un azul equivocadamente
nuestro, suyo en el sueño de una aguja.

Qué chica tan valiente,
dijeron luego viéndola morir.

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