viernes, 20 de febrero de 2009

Cuando te fuiste

dejaste tras de ti un aire inmenso de vacío,
un azahar marchito
que ya nunca sería
atardecer.

Dejaste tanto daño que solo yo podía
subir más el dolor,
crear dios tan cruel con su vasallo.

Mandé mi voz tan lejos a buscar
la boca
de espuma de las olas,
los muslos de todos los ahorcados
por la tormenta, y regresó
con sal sobre su idioma,
palabras
de alcohol para la herida.

Y, sin embargo,
te tuve más cercana y más hermosa,
y el mismo corazón cambiante
dejaba que apoyase
mi rostro a consolar,
y tus palabras me calmaban,
y acariciabas
con tus cabello negro el rojo labio herido,
debajo de tus uñas
mi piel de nuevo se erizaba.

Pero fuiste tú, tú te marchaste,
tú, este dolor

que deja una vez más esta voz rota.

No hay comentarios: