Lleva todo el día en cuarentena.
Espera, pero el sol
hinca su caries amarilla sobre un aire de violetas.
Quizás supersticioso: leves
presentimientos hacen despuntar el suave vello
del antebrazo.
La noche
tiene un color conspiratorio
y de medicamento efervescente.
Ayer pudo escuchar un corazón y conversar
con la derrota ajena.
Hoy siente incómodamente cerca
la mordedura del hielo de una copa en la garganta.
Solo amanece al caminar
sobre los cristales rotos.
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