viernes, 15 de octubre de 2010

Difícil admitir
que ya no somos niños,
que las excusas dejan de ser útiles
si hacemos daño, que somos egoístas.

Empiezan a ser graves los asuntos,
y sin embargo sigo
apostando la vida en una noche,
apostándome entero en un mal verso.
Debiera ser vivir lo cotidiano.

Pero los aires de esta tierra yerma,
sus ojos y sus botas
¡cómo nos pesan en los hombros, blandos
de sueños en añicos!
Es el deseo olvido entre paréntesis.

También difícil la mala conciencia
de andar entre las trampas aprendidas,
acomodarse a tanto,
querer envejecer incluso a solas,
en este juego que odio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermoso, y a la vez, muy triste.

No te falta razón en este poema.