martes, 9 de diciembre de 2008

No basta un escritorio

Porque los días son palomas lentas,
más lentas que el poema,
y ceden más deprisa que los versos,

no basta un escritorio,

el tímido desierto de papel
desordenado en el insomnio blanco,
palabras amarillas
y vientres desgarrados doblados como esquinas,
la tinta insuficiente de una mala imagen.

Los libros se revuelven como lluvia
-hay gente que no cabe
(con otras
palabras)-
y por las calles los paraguas grises
transforman en revolución los rostros,
igual que cuervos negros,
cuellos encadenados.

A veces sueño, a veces duermo bien,
repúblicas de muebles, sofás y velas suizas
donde exibir tu encaje,
tus tersos veinte años en tirantes
y tu voracidad
radiante y firme. Nadie
lo sabe y tú tampoco,
los ojos que -yo sé- te miran ciegos.

Pero, ahora, cuando
prometes
que pensarás en mí y no estás
me arropo con las dunas, fría letra,
de este desierto que lees.

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